sábado, 23 de agosto de 2014

La amante

Como todos los días mi alarma suena a las seis con treinta minutos y de nuevo vuelvo a llegar tarde al trabajo, algunos dirán me culparan de flojo, otros de incumplido, pero en realidad es culpa de ella, mi amante, sin embargo si yo les platicara de ella en mi trabajo nadie me lo creería incluso a veces llego a pensar que mencionarla sería absurdo, todos pensarían que es una tontería nuestra relación, todos me darían por loco. Hasta cierto punto estoy de acuerdo con ello, pero cómo negar todo lo que me hace sentir.
Pero pensar en llegar a la casa triste y solo sin encontrarla eso sí sería una tremenda locura. La miro cuando dejo mi maleta y cuerpo sin ánima luego de una ardua jornada laboral, ella inmóvil me invita a pasar un tiempo a su lado. Junto mi cuerpo con el suyo y comienzo a tocar todos sus bordes suaves de arriba a abajo, lo hago también con los pies. La huelo, su aroma es como en sueño, fresco y lleno de tranquilidad. Sigue inmutable, tranquila y serena, a pesar de todo me hace sentir aliviado y sin más que necesitar sino estar ahí. Le quito lo que en realidad siempre he pensado está demás y la dejo a penas con una ligera sábana.
Me monto sobre ella dejando caer mi cuerpo y la tomo con mis dos manos de las orillas, su pequeña cintura. Es reducida, es perfecta. Pude, en un tiempo atrás conseguirme una de tamaño más grande, pero la quería sólo para mí, para mi goce, para una sola necesidad, por eso me quedé con ella.
Se preguntarán por qué la llamo mi amante y es que durante la noche, luego de un rato cuando nuestros cuerpos ya están fusionados, comienzo a viajar por mundos oníricos, ¿cómo no amarla? si me hace olvidar todos mis problemas y me mantiene en un estado confortable durante toda la noche.

Por las mañanas cuando sabe que me iré usa sus lianas invisibles para mantenerme a su lado y enredado lucho para poder salir, lucho para quedarme allí una mañana con ella. Regreso a la realidad, le doy un abrazo como si fuese el último adiós, nos quedamos en silencio, la tiendo con sus respectivas cobijas, vuelvo a poner las almohadas que la decoran y me marcho. 

martes, 3 de junio de 2014

La unión

El día que me fui sólo me llevé esta foto. Ahora que regreso a casa siento un poco de melancolía al recordar aquel día.  Mi madre siempre me dijo era igual a mi padre, y tenía razón, desde joven dejé el hogar por buscar mis sueños, aunque ella lo entendía no pudo detener su llanto cuando me vio partir. Mi hermano por su parte, ni siquiera volteó al umbral de la puerta, como siempre nuestra relación estaba en conflicto, sin embargo observando detenidamente la foto, estamos él y yo abrazados y nuestros labios muestran algo extraño. Sí, sonreímos, pero no esa sonrisa convencional de foto, no también hay nostalgia y un poco de tristeza, pero estamos felices. A pesar de los problemas y diferencias que hubo siempre, existía una fuerza que nos unía.
Recuerdo ese día. Tenía ocho y él diez, en aquella época mi padre se había ido a trabajar al extranjero y madre cada mes enviaba una foto de nosotros para animar a mi padre. Cada fin de mes mi madre nos vestía con las ropas más elegantes como muestra del esfuerzo de mi padre, pero a esa edad para nosotros esas cosas no importaban, sólo nuestra absurda rivalidad que jamás entenderé cómo empezó.
Mi madre tenía que hacerse cargo de nosotros sola, sin ningún apoyo. Era un trabajo difícil. Nuestros pleitos como hermanos siempre eran por cosas simples, la ropa, los juguetes, colores, inclusive por los compañeros de salón. Con el tiempo las cosas fueron empeorando y cada vez la competición se enfocaba en cuestiones más sofisticadas, pero siempre hubo algo que nos unía.
El día de la foto, de este único recuerdo que llevé conmigo, mi madre nos había vestido con atuendos diferentes, mientras él portaba un traje azul marino con botones y unos pescadores del mismo color, el mío era más colorido, las formalidades nunca fueron para mí, llevaba unos jeans color caqui, una playera verde y una camisa de cuadros encima. Mi madre nos vistió a cada uno conforme a nuestros gustos y a pesar de ello, sentíamos algo tanto el uno como el otro por el atuendo que llevábamos, pensábamos era el mejor.
Durante el día las indirectas de palabras no paraban de llover de ambos lados, mi madre en un inicio ignoró nuestra pelea, sólo nos pedía no ensuciáramos nuestro atuendo, pero no nos importó, nosotros seguíamos nuestra pelea milenaria. Mi madre prefirió irse a otro cuarto para concentrarse en una buena lectura, mientras se llegaba la hora de tomarnos la foto.
Las indirectas poco a poco se fueron convirtiendo en pequeños empujones y luego ligeros golpes, la rivalidad se transformaba en algo más. Mi madre harta de escuchar nuestros jaloneos decidió adelantar la hora de la foto, ella era fotógrafa y eso de las luz natural le encantaba, pero no podía más escucharnos pelear. Cuando nos habló estábamos en la cocina y sin fijarnos tiramos la comida sobre nuestras ropas.
Habíamos arruinado todo el esfuerzo de nuestra madre, fue ahí cuando comprendimos, al menos ese día, lo ridículo de nuestras peleas y llenos de esa combinación espesa sobre nosotros quisimos resolver el error cometido. Ella nos miró y dando una media vuelta se retiró a su cuarto, no podíamos dejar eso así. Limpiamos el lugar y decidimos tomarnos la foto nosotros, pero no sabíamos, la pusimos en temporizado pero cuando llegábamos la foto ya se había tomado. Tirados los dos en el suelo nos sentimos derrotados. Entonces nos abrazamos. Lloramos más y no sabíamos cómo pedir disculpas, mi madre jamás nos volvería a hablar, pero de pronto escuchamos el flash. Nos habían tomado una foto infraganti, mi madre se burlaba de nosotros. Al ver su expresión de vernos rendidos, nos dijo si habíamos aprendido la lección, con un poco de enojo y a la vez felicidad sonreímos inocentemente, mi madre guardó ese recuerdo en esta foto.

Ahora vuelvo a mi hogar, porque de nuevo esa fuerza que nos unía de pequeños nos llama, si bien una vez me dijo un amigo en los funerales es de las pocas cosas que une a la familia y sí era verdad de nuevo mi madre nos estaba uniendo.

miércoles, 30 de abril de 2014

La desaparición

Habían contratado al mejor detective de la cuidad, temían que el suceso ocurrido en el Hotel Principal pudiera bajar la cantidad de clientes. Tenía gran fama en la ciudad, pues apenas había cumplido un año como detective y había resuelto más de 100 casos de los cuales muchos habían desertado por su dificultad. Hotel Principal tenían poco en función, pero por su ubicación tuvo un crecimiento impresionante.
La desaparición de un huésped sin dejar rastro, se convirtió en la noticia de la semana, varios periódicos amarillistas publicaban que la habían asesinado por haber encontrado el más terrible secreto del hotel. Surgieron tantas historias alrededor del acontecimiento, el dueño no podía más y fue cuando tomó la decisión de llamar un experto en el tema. Fue cuando llamó al detective.
El detective era un joven de unos 28 años, alto, de cabellos negros y lacios con una tez morena y grandes ojos color café. Además de ser un as en su trabajo, era también un galán a pesar del atuendo casual que llevaba puesto. Odiaba las formalidades.
A la llegada del detective interrogó con las personas del hotel que tuvieron más interacción con la desaparecida, para así saber por dónde empezar. El dueño fue quien la había recibido un martes por la tarde, le pareció extraño desde su llegada. Veía al hotel con tanta añoranza, tocaba con tanta delicadeza las paredes, los adornos, el agua y en especial a todas las plantas del lugar. Su vestimenta a pesar de ser de lo más común, había algo en ella que no encajaba con el ambiente. Quizá el dueño exageraba en su descripción, por el simple hecho de que dicha mujer había desaparecido sin dejar rastro alguno. También mencionó que sus ojos guardaban algún secreto.
La información, por más descriptiva que pareciera era vana. El detective necesitaba saber más sobre la mujer, de dónde venía por qué se hospedaba ahí y cuándo fue la última vez que fue vista. El dueño por su parte hablaba cosas irrelevantes, como el color de su cabello, las ropas que llevaba, su look, entre otras cosas, inclusive aun y cuando parecía ayudarle en su investigación el saber que de niña ya había estado ahí, pero al igual que lo anterior, sólo era información vana.
Las pistas otorgadas mermaban más el trabajo del detective y pareciera que nadie nunca vio algo sospechoso en la mujer, como todos los turistas, le dijo un empleado, estaba maravillada con la ciudad y su acento ni siquiera lo distinguía porque llevaban poco tiempo trabajando ahí, sin embargo el detective no podía dejar el caso, sabía que debía de haber una explicación para aquello.
Iba casi todos los días al hotel a ver si alguien recordaba algún detalle que pudiera atar cabos y resolver el misterio, pero conforme pasaban los días la gente dejó de tomarle importancia aun y cuando le habían ofrecido una suite al detective para siguiera su caso, aun y cuando el Hotel Principal dejó de ser noticia relevante y pasó a la sección de lugares donde hospedarse
El detective, luego de buscar por todos los rincones del cuarto e la desaparecida, se sentó en la cama rendido al no poder encontrar ninguna pista de la misma, era la primera vez que fallaba en un asunto por el estilo. Las pisadas de los huéspedes se escuchaban de fondo. Unas pequeñas pisadas se acercaban al cuarto. El detective abrió y se encontró con una niña, era pequeña como de unos siete años, sus ojos eran dos canicas caleidoscópicas las cuales era difícil definir el color de ellos. Se paró frente de él y con las dos manos le entregó una carta cerrada. El detective, sólo estiró las manos, sin entender bien lo que sucedía. La niña con una voz tenue dijo:
- Una señora muy bella me la dio, dijo que usted entendería.
Abrió la carta y con una letra muy legible, comenzó a leer:

“Sé qué usted estará buscándome, lo sé, sé que me llenará de intriga saber su oficio y me acercaré a usted con o sin este medio, siempre he tenido un gusto irresistible hacia los detectives, pero sé que es algo que no le importa, sólo quiere saber el  por qué ha recibido esta carta, verá soy la mujer que desapareció, pero realmente no lo he hecho, si mira al frente me podrá ver, sí soy esa niña que usted ve.
He viajado en el tiempo porque quise volver a ver lo hermoso que era mi ciudad antes de… todo. En mi época esto es posible, pero eso de jugar a ser dioses, nos ha costado. Podemos permanecer en un tiempo distante al nuestro, pero luego de permanecer en una dimisión que no nos pertenece los langoliers, llegan por nosotros y nos devuelven a nuestro momento, esto con el fin de no modificar la línea temporal.
Ahora espero que no se sienta mal por pensar que no podía resolver una desaparición como la mía. Conozco su historial y sé lo mucho que significa no saber cómo responderle a los dueños de este hotel pero sé que sabrá cómo resolver este problema.  Mucho éxito Sr. Detective.”

El detective quedó anonadado con lo que había leído. La niña por su parte le sonrió y le dijo:
- Sé que sabrá cómo resolver este problema.
Una voz llamó a la niña, y esta antes de irse, mencionó.
- Mucho éxito Sr. Detective.

martes, 8 de abril de 2014

Náufrago

Ya tenía varios días perdido entre lagunas, eran tan grandes y profundas que se convirtieron en mar. Y ahí permaneció náufrago. Él siempre le decía a ella que se ahogaba en un vaso de agua, pero él era quien no tenía escapatoria, estaba entre la nada, sin nadie y un olaje lo llevaba cada vez más profundo.

Quería salir, en verdad quería salir pero no hallaba más que agua, sí eso buscaba, vida y se dejaba engañar por esos tragos salados de su alrededor. Era un círculo vicioso. Y cómo no se iba a sentir bien, si de trago en trago pensaba que podía acabar con todo.

 A veces lo elevaban las olas y parecía ver de pronto tierra firme, sentía poner los pies en la tierra, pero otras, cuando el viento traicionero soplaba, se alejaba y la soledad de nuevo lo cobijaba.

Entonces, entre la nada, entre sus lúcidos recuerdos, entre querer salir y hundirse más, escuchó una voz. No, no era quien pensaba, ella sólo se hubiera molestado por encontrarlo ahí tan devastado y mojado, ya no lo iba a querer. Ya no lo quería, estaba seguro de ello, porque no había ido en su auxilio, pero ahora encontraba otra voz, una que lo llamaba, ven repetían una y otra vez. Ven. Siguió el aroma de sus cabellos, eran blancos y azules, los inhalaba. Ven, escuchó de nuevo. Era el canto de una sirena.  La fue siguiendo porque a pesar de todo, no parecía ser tan mala como decían. La alcanzó y la miró detenidamente de arriba hacia abajo. Era bella y suave, sus ojos tenían un rojo carmesí que lo exaltaban, se sentía vivo, mientras se dejaba enrollar por la cola de su acompañante. Y descendían, descendían.

*          *          *


Luego de días, ella lo buscó con desesperación, habría sido tal vez una pelea inútil y quizás él aquella vez tenía razón. No lo quería perder, rogaba porque no se hubiera perdido, pero el destino y su buena cara la recompensaron. Unos paramédicos tocaron su puerta. De nuevo el náufrago regresaba, para permanecer por siempre en la cálida tierra. 

martes, 25 de febrero de 2014

Don Cuco

Iba la Mazda pick up llena de perros, eran casi una docena de ladridos incontrolables; todos eran callejeros. Don Cuco trataba de silenciarlos pegando fuerte en parte trasera de la cabina, maldiciendo de vez en cuando para que no hicieran ruido.

  El compás del transporte, el ruido de los perros y los baches de la calle, alteraban a don Cuco y es que no era un hombre muy paciente. Se molestaba, refunfuñaba, mientras iba manejando.
Después de un rato estacionó su pick up frente a un establecimiento. Estaba en una colonia tranquila. Se bajó abrirlo, mientras los perros seguían llamándolo. El lugar tenía un portón metálico, aun más ruidoso que los mismos perros.  Maldijo una vez más. Cuando estuvo abierta la puerta metió a los perros hasta el fondo del lugar, en el patio.

Ahí había más perros, unos sumisos flacos; otros ladrando. Algunos se le acercaban a don Cuco como pidiéndole comida, este sólo los aventaba de una patada. Los nuevos eran acomodados en jaulas grandes, junto a los otros vivos, enfermos, muertos en fin, perros. El patio estaba lleno de heces, vómitos, sangre y de cuerpos tirados. Don cuco no podía mantener a tanto animal.

Cerró bien la puerta del establecimiento, sabiendo que a esa hora transitaba poca gente por ahí.

Tomó sus herramientas de trabajo del cuarto que quedaba en frente. Sacó un machete oxidado de un cajón y con otro comenzó a sacarle el filo. El raspar de los dos metales alteraba a los animales. Se movían con más brusquedad. Sabían lo que les esperaba.

Don cuco se dirigió a un cuarto distante del principal, más al fondo del patio. Tomó a uno de los perros y este intentaba soltarse del pellejo por donde lo llevaban sujeto. Había varios desperdicios caninos dispersos sobre la mesa, otros tirados por todo el lugar. Un olor fétido impregnaba el espacio. Quitó unos cuantos pedazos de la mesa limpiando con un trapo sucio que luego tiró al suelo. Sólo un pequeño foco de 25 watts alumbraba el cuarto. Ahí estuvo toda la tarde, introduciendo de vez en cuando un perro más.

La noche llegó, limpió la sangre en su mandil lleno de sudor y mugre difuminando todas las manchas, sin saber dónde comenzaban unas y terminaban las otras. Cambió un poco su aspecto, suavizando un poco los músculos del rostro. Puso orden a la parte de enfrente del lugar y abrió de nuevo el portón. El tráfico comenzó a circular. Los ladridos se hacían mínimos.

Un joven se acercó al establecimiento de don Cuco y dijo:

-          Buenas don Cuco, me da una para llevar por favor. 

martes, 18 de febrero de 2014

Zurda

Voy por la casa de un lado a otro. Voy de la cama a la ventana contemplando lo azul oscuro del cielo. Aparece en mi mente ese nítido recuerdo de lo acontecido. Aquello me causa confusión.

Me postro en la ventana mirando de nuevo ese cálido atardecer y vuelvo al lugar, ese lugar y momento que no me deja en paz, porque sabía, aquello no podía suceder.

Desde pequeña lo supe y aunque mi madre quiso de manera incansable cambiar aquello, se rindió cuando mi profesora de primaria le dijo existían personas que nacían con ese defecto, con esa incapacidad. Al principio mi madre no lo creía, pero luego al ver la mano siniestra de mi docente se dio cuenta que era posible  no poder amar.

A esa edad yo no entendía qué tan grave era mi problema. Ser zurda no tenía nada de malo. Incluso me creía mejor que los demás. Pero crecí y fue cuando llegaron las consecuencias.

Ser zurda, pasaba por mi cabeza al  mismo tiempo que recordaba el suceso, era un problema de amor, porque según las estadísticas de varios investigadores, quienes giraban la cabeza a la derecha, mientras besaban, era porque daban sus labios sin sentir afecto alguno. Aquello estaba relacionado con cuál hemisferio del cerebro se trabajaba más y los zurdos, desgraciados, teníamos la imposibilidad de sentir, como lo hacen los diestros.

 Miro el cenit en sus colores más fuertes no puedo comprender qué sucedió. Recuerdo una y otra vez el suceso, asegurándome cada acción mía y de él y no comprendo.

Regreso al momento para asegurarme de cada detalle, la memoria luego de tantas derrotas a veces juega con los recuerdos para sentirse bien. Estoy en las escaleras, sosteniendo esa nieve de sabores exóticos y de gran tamaño. Mi estómago se agita mientras me acuerdo. Me siento extraña. Tomo la nieve y platicamos, mi fascinación por la nieve me hace estar más tiempo en silencio, pero por alguna razón, sé que la conversación se da. Pasamos contemplando el cielo, esos minutos relativos en que el azul se convierte en rojo. En ese instante, que ya no parece tan nítido el recuerdo, nos miramos y todo, desaparece.


Entonces llego a una conclusión del todo. Lo recuerdo a él girando al mismo sentido que yo. Comprendo que sí es amor. 

martes, 11 de febrero de 2014

Mensajes

El bullicio de los automóviles desde mi lugar, pareciera reflejar mi pensamiento. Aun llevo guardado aquel pedazo de papel que recogí la última vez que nos vimos.
Es curioso cómo sin habernos dicho nada sabíamos que era el final. O tal vez siempre estuvo implícito el saber cuándo sería nuestro final. A pesar de todo, jamás cruzamos palabra alguna.
En ésta incertidumbre incongruente aun lo pienso. Pienso cómo surgió lo nuestro. Aquel nítido recuerdo, creo, será difícil de olvidar.
Nos habíamos conocido en una reunión casual. Sus amigos, amigos de los míos. Una fiesta de verano. Él ahí al extremo del lugar; yo contemplándolo.
Me acerqué, le anoté mi dirección en un papel y me alejé. Quería saber hasta qué punto podía llegar. Y pasaron los días. De pronto llegó. Estaba ahí junto a mí, yo con mi pijama, él con sus brazos bronceados abrió por completo la puerta y me tomó. Como si conociera mi hogar, me llevó a la recámara principal.  Ahí el tiempo pasó relativamente. Desperté, él no estaba, sólo un papel encima de mi buró había dejado. Había una dirección.
Esperé que pasaran los días. Fueron exactamente los días en que él duró en llegar. La hora fue la misma, aquella vez y las siguientes. Llegué con una mirada tímida, él me sonrió, me tomó de la mano y me guió. Conocí una sala, miré el arte más hermoso en ese mismo lugar, decorado de telas coloridas y materiales exóticos, rodé por aquella sala. Me llevó a su cuarto y pasamos a su baño. El vahó apenas y nos dejaba ver.
Las citas siguieron. Cada vez los lugares se hacían de lo menos recurrentes: bibliotecas, baños públicos, parques, estadios vacíos, estacionamientos, azoteas. Siempre con un toque mágico en cada aventura. La adrenalina en nuestros cuerpos por creer que nos descubrirían, era elemento para volvernos a encontrar. Era uno de los muchos motivos que nos mantenía juntos. Siempre estuve consiente que aquello no era amor. Lo estuve.
Pero, ahora que mantengo este papel, no comprendo qué es lo que sucedió. Sabía que esto tendría su final, pero me siento confundida.
Fue eso de encontrarnos otra vez, sin citarnos los dos mirándonos entre la multitud, reconociéndonos, recordando. Nos topamos, ambos llevábamos un pedazo de hoja en los bolsillos y sin saberlo no lo entregamos al mismo tiempo. Los papeles cayeron al suelo. Tomé uno de los dos y lo leí.

Mi expresión quedó congelada. De aquella escena me marché lo más pronto y sin mirar atrás.