El
bullicio de los automóviles desde mi lugar, pareciera reflejar mi pensamiento. Aun
llevo guardado aquel pedazo de papel que recogí la última vez que nos vimos.
Es
curioso cómo sin habernos dicho nada sabíamos que era el final. O tal vez siempre
estuvo implícito el saber cuándo sería nuestro final. A pesar de todo, jamás
cruzamos palabra alguna.
En
ésta incertidumbre incongruente aun lo pienso. Pienso cómo surgió lo nuestro.
Aquel nítido recuerdo, creo, será difícil de olvidar.
Nos
habíamos conocido en una reunión casual. Sus amigos, amigos de los míos. Una
fiesta de verano. Él ahí al extremo del lugar; yo contemplándolo.
Me
acerqué, le anoté mi dirección en un papel y me alejé. Quería saber hasta qué
punto podía llegar. Y pasaron los días. De pronto llegó. Estaba ahí junto a mí,
yo con mi pijama, él con sus brazos bronceados abrió por completo la puerta y
me tomó. Como si conociera mi hogar, me llevó a la recámara principal. Ahí el tiempo pasó relativamente. Desperté,
él no estaba, sólo un papel encima de mi buró había dejado. Había una
dirección.
Esperé
que pasaran los días. Fueron exactamente los días en que él duró en llegar. La
hora fue la misma, aquella vez y las siguientes. Llegué con una mirada tímida,
él me sonrió, me tomó de la mano y me guió. Conocí una sala, miré el arte más
hermoso en ese mismo lugar, decorado de telas coloridas y materiales exóticos,
rodé por aquella sala. Me llevó a su cuarto y pasamos a su baño. El vahó apenas
y nos dejaba ver.
Las
citas siguieron. Cada vez los lugares se hacían de lo menos recurrentes:
bibliotecas, baños públicos, parques, estadios vacíos, estacionamientos,
azoteas. Siempre con un toque mágico en cada aventura. La adrenalina en
nuestros cuerpos por creer que nos descubrirían, era elemento para volvernos a
encontrar. Era uno de los muchos motivos que nos mantenía juntos. Siempre
estuve consiente que aquello no era amor. Lo estuve.
Pero,
ahora que mantengo este papel, no comprendo qué es lo que sucedió. Sabía que
esto tendría su final, pero me siento confundida.
Fue
eso de encontrarnos otra vez, sin citarnos los dos mirándonos entre la
multitud, reconociéndonos, recordando. Nos topamos, ambos llevábamos un pedazo
de hoja en los bolsillos y sin saberlo no lo entregamos al mismo tiempo. Los papeles
cayeron al suelo. Tomé uno de los dos y lo leí.
Mi
expresión quedó congelada. De aquella escena me marché lo más pronto y sin
mirar atrás.
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