martes, 25 de febrero de 2014

Don Cuco

Iba la Mazda pick up llena de perros, eran casi una docena de ladridos incontrolables; todos eran callejeros. Don Cuco trataba de silenciarlos pegando fuerte en parte trasera de la cabina, maldiciendo de vez en cuando para que no hicieran ruido.

  El compás del transporte, el ruido de los perros y los baches de la calle, alteraban a don Cuco y es que no era un hombre muy paciente. Se molestaba, refunfuñaba, mientras iba manejando.
Después de un rato estacionó su pick up frente a un establecimiento. Estaba en una colonia tranquila. Se bajó abrirlo, mientras los perros seguían llamándolo. El lugar tenía un portón metálico, aun más ruidoso que los mismos perros.  Maldijo una vez más. Cuando estuvo abierta la puerta metió a los perros hasta el fondo del lugar, en el patio.

Ahí había más perros, unos sumisos flacos; otros ladrando. Algunos se le acercaban a don Cuco como pidiéndole comida, este sólo los aventaba de una patada. Los nuevos eran acomodados en jaulas grandes, junto a los otros vivos, enfermos, muertos en fin, perros. El patio estaba lleno de heces, vómitos, sangre y de cuerpos tirados. Don cuco no podía mantener a tanto animal.

Cerró bien la puerta del establecimiento, sabiendo que a esa hora transitaba poca gente por ahí.

Tomó sus herramientas de trabajo del cuarto que quedaba en frente. Sacó un machete oxidado de un cajón y con otro comenzó a sacarle el filo. El raspar de los dos metales alteraba a los animales. Se movían con más brusquedad. Sabían lo que les esperaba.

Don cuco se dirigió a un cuarto distante del principal, más al fondo del patio. Tomó a uno de los perros y este intentaba soltarse del pellejo por donde lo llevaban sujeto. Había varios desperdicios caninos dispersos sobre la mesa, otros tirados por todo el lugar. Un olor fétido impregnaba el espacio. Quitó unos cuantos pedazos de la mesa limpiando con un trapo sucio que luego tiró al suelo. Sólo un pequeño foco de 25 watts alumbraba el cuarto. Ahí estuvo toda la tarde, introduciendo de vez en cuando un perro más.

La noche llegó, limpió la sangre en su mandil lleno de sudor y mugre difuminando todas las manchas, sin saber dónde comenzaban unas y terminaban las otras. Cambió un poco su aspecto, suavizando un poco los músculos del rostro. Puso orden a la parte de enfrente del lugar y abrió de nuevo el portón. El tráfico comenzó a circular. Los ladridos se hacían mínimos.

Un joven se acercó al establecimiento de don Cuco y dijo:

-          Buenas don Cuco, me da una para llevar por favor. 

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