Ya tenía varios días perdido entre lagunas, eran tan grandes
y profundas que se convirtieron en mar. Y ahí permaneció náufrago. Él siempre
le decía a ella que se ahogaba en un vaso de agua, pero él era quien no tenía
escapatoria, estaba entre la nada, sin nadie y un olaje lo llevaba cada vez más
profundo.
Quería salir, en verdad quería salir pero no hallaba más que
agua, sí eso buscaba, vida y se dejaba engañar por esos tragos salados de su
alrededor. Era un círculo vicioso. Y cómo no se iba a sentir bien, si de trago
en trago pensaba que podía acabar con todo.
A veces lo elevaban
las olas y parecía ver de pronto tierra firme, sentía poner los pies en la
tierra, pero otras, cuando el viento traicionero soplaba, se alejaba y la
soledad de nuevo lo cobijaba.
Entonces, entre la nada, entre sus lúcidos recuerdos, entre
querer salir y hundirse más, escuchó una voz. No, no era quien pensaba, ella
sólo se hubiera molestado por encontrarlo ahí tan devastado y mojado, ya no lo
iba a querer. Ya no lo quería, estaba seguro de ello, porque no había ido en su
auxilio, pero ahora encontraba otra voz, una que lo llamaba, ven repetían una y otra vez. Ven. Siguió el aroma de sus cabellos,
eran blancos y azules, los inhalaba. Ven,
escuchó de nuevo. Era el canto de una sirena. La fue siguiendo porque a pesar de todo, no
parecía ser tan mala como decían. La alcanzó y la miró detenidamente de arriba
hacia abajo. Era bella y suave, sus ojos tenían un rojo carmesí que lo
exaltaban, se sentía vivo, mientras se dejaba enrollar por la cola de su
acompañante. Y descendían, descendían.
* * *
Luego de días,
ella lo buscó con desesperación, habría sido tal vez una pelea inútil y quizás
él aquella vez tenía razón. No lo quería perder, rogaba porque no se hubiera
perdido, pero el destino y su buena cara la recompensaron. Unos paramédicos
tocaron su puerta. De nuevo el náufrago regresaba, para permanecer por siempre
en la cálida tierra.
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