El
día que me fui sólo me llevé esta foto. Ahora que regreso a casa siento un poco
de melancolía al recordar aquel día. Mi
madre siempre me dijo era igual a mi padre, y tenía razón, desde joven dejé el
hogar por buscar mis sueños, aunque ella lo entendía no pudo detener su llanto
cuando me vio partir. Mi hermano por su parte, ni siquiera volteó al umbral de
la puerta, como siempre nuestra relación estaba en conflicto, sin embargo
observando detenidamente la foto, estamos él y yo abrazados y nuestros labios
muestran algo extraño. Sí, sonreímos, pero no esa sonrisa convencional de foto,
no también hay nostalgia y un poco de tristeza, pero estamos felices. A pesar
de los problemas y diferencias que hubo siempre, existía una fuerza que nos
unía.
Recuerdo
ese día. Tenía ocho y él diez, en aquella época mi padre se había ido a
trabajar al extranjero y madre cada mes enviaba una foto de nosotros para
animar a mi padre. Cada fin de mes mi madre nos vestía con las ropas más elegantes
como muestra del esfuerzo de mi padre, pero a esa edad para nosotros esas cosas
no importaban, sólo nuestra absurda rivalidad que jamás entenderé cómo empezó.
Mi
madre tenía que hacerse cargo de nosotros sola, sin ningún apoyo. Era un
trabajo difícil. Nuestros pleitos como hermanos siempre eran por cosas simples,
la ropa, los juguetes, colores, inclusive por los compañeros de salón. Con el
tiempo las cosas fueron empeorando y cada vez la competición se enfocaba en
cuestiones más sofisticadas, pero siempre hubo algo que nos unía.
El
día de la foto, de este único recuerdo que llevé conmigo, mi madre nos había
vestido con atuendos diferentes, mientras él portaba un traje azul marino con
botones y unos pescadores del mismo color, el mío era más colorido, las
formalidades nunca fueron para mí, llevaba unos jeans color caqui, una playera verde y una camisa de cuadros
encima. Mi madre nos vistió a cada uno conforme a nuestros gustos y a pesar de
ello, sentíamos algo tanto el uno como el otro por el atuendo que llevábamos,
pensábamos era el mejor.
Durante
el día las indirectas de palabras no paraban de llover de ambos lados, mi madre
en un inicio ignoró nuestra pelea, sólo nos pedía no ensuciáramos nuestro
atuendo, pero no nos importó, nosotros seguíamos nuestra pelea milenaria. Mi
madre prefirió irse a otro cuarto para concentrarse en una buena lectura,
mientras se llegaba la hora de tomarnos la foto.
Las
indirectas poco a poco se fueron convirtiendo en pequeños empujones y luego
ligeros golpes, la rivalidad se transformaba en algo más. Mi madre harta de
escuchar nuestros jaloneos decidió adelantar la hora de la foto, ella era
fotógrafa y eso de las luz natural le encantaba, pero no podía más escucharnos
pelear. Cuando nos habló estábamos en la cocina y sin fijarnos tiramos la
comida sobre nuestras ropas.
Habíamos
arruinado todo el esfuerzo de nuestra madre, fue ahí cuando comprendimos, al
menos ese día, lo ridículo de nuestras peleas y llenos de esa combinación
espesa sobre nosotros quisimos resolver el error cometido. Ella nos miró y
dando una media vuelta se retiró a su cuarto, no podíamos dejar eso así.
Limpiamos el lugar y decidimos tomarnos la foto nosotros, pero no sabíamos, la
pusimos en temporizado pero cuando llegábamos la foto ya se había tomado.
Tirados los dos en el suelo nos sentimos derrotados. Entonces nos abrazamos. Lloramos
más y no sabíamos cómo pedir disculpas, mi madre jamás nos volvería a hablar,
pero de pronto escuchamos el flash.
Nos habían tomado una foto infraganti,
mi madre se burlaba de nosotros. Al ver su expresión de vernos rendidos, nos
dijo si habíamos aprendido la lección, con un poco de enojo y a la vez
felicidad sonreímos inocentemente, mi madre guardó ese recuerdo en esta foto.
Ahora
vuelvo a mi hogar, porque de nuevo esa fuerza que nos unía de pequeños nos
llama, si bien una vez me dijo un amigo en los funerales es de las pocas cosas
que une a la familia y sí era verdad de nuevo mi madre nos estaba uniendo.
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