martes, 8 de octubre de 2013

A tiempo

Llegaron los diez hermanos citados en aquel cuarto tan grisáceo, con poca luz y a la vez luctuoso y cómo no iba tener ese tinte de muerte, si se habían reunido después de tanto tiempo, sólo para leer el testamento de su fallecida madre. El notario abrió el expediente de la señora difunta sacando primero una carta un tanto maltratada por los años y dejó aparte unas hojas con letras impresas. Luego se dispuso a dar unas palabras al público.
-          Su madre.- dijo el notario. – luego del fallecimiento de su esposo se acercó conmigo, para preguntar cómo se hacía un testamento, yo luego se lo expliqué. Ella me preguntó si podía además agregar algo más.
El hermano mayor, quien oscilaba entre unos cincuenta años preguntó:
-           ¿qué era ese algo más?
El hombre quien sostenía los papeles, calló produciendo un silencio en la habitación, ninguno de los demás hermanos se atrevió a interrumpir ese lapso.  Luego de unos segundos siguió su discurso.
-          Días después volvió atemorizada y un tanto insegura de dejarme esta carta, me dijo deseaba dejarlo como parte de su testamento.- decía estas palabras mientras desdoblaba la carta. – por eso creo necesario darles a conocer hoy su petición.
Tomó el papel con las dos manos y con una voz clara y seria comenzó a leer aquel escrito:
“Creo es necesario contar algo que tal vez no puede haberlo hecho por respeto a mi querido esposo, pero espero que a estas alturas quienes tengan el goce de leerlo comprendan mis razones por las cuales tanto tiempo guardé silencio.
Luego de tanto tiempo me siento segura de decirlo, ya no tengo que rendirle cuentas a su padre y es buen momento para contárselos, probablemente aun me apene por ustedes decírselos de frente es por eso que deseo hacérselos saber después de mi partida.
Quiero contarles la verdadera historia de cómo su hermano el mayor llegó a este mundo. He de decirles a todos los quiero por igual y aun después de mi muerte los seguiré queriendo a todos con el mismo sentimiento pero, a pesar de ello, a pesar tal vez no fui una madre modelo les contaré lo que pasó hace treinta años, en 1956.
Cuando su padre y yo comenzamos nuestra vida de casados, nos fue difícil mantener nuestro hogar, por ello su padre trabajaba casi todo el día, yo por mi cuenta me estaba haciendo los quehaceres de la casa. Un día de diciembre, cuando el clima helaba hasta los huesos, un hombre con una triste mirada llegó al porche de la casa. Me dijo que no sabía dónde estaba, no le creí. Al principio temí que fuera un asaltante o algún malviviente, pero luego volví a ver su rostro y se veía demacrado, triste y desvelado, de pronto hubo una chispa de confianza brotando de él. Entonces le ofrecí pasar a nuestra casa por un vaso de agua. Él con la cabeza abajo aceptó.
Mientras le servía un poco de agua me contó llevaba también poco tiempo que se había casado, pero ahora pasaba por un mal momento, por eso andaba perdido por el mundo. Había viajado mucho desde su tierra natal allá en Guanajuato, me contó su amor por la música. Poco a poco me comenzó a parecer un hombre interesante. He de contarles no era mal parecido si olvidamos sus ropas sucias y sus profundas ojeras.
Inconscientemente cada vez estábamos más cerca, su vida me parecía tan interesante y pensaba que al estar más cerca sabría más de su vida, pero entonces sin que ninguno de los dos lo dijéramos o lo pensáramos, nuestros labios se juntaron y uno a uno se correspondían. Sus manos, fueron bajando desde mis hombros hasta las caderas. En ese instante no pensé en nada más y me dejé llevar por el momento. Nuestras ropas cayeron al suelo y nos fuimos deslizando hacia la habitación principal, ahí caímos los dos sobre la cama y las caricias y los besos eran cada vez más profundos más llenos de pasión. No sé en qué estoy pensando cuando les dejo a mis hijos este testimonio, pero en verdad deseo lo sepan y lo que yo sentí en aquellos momentos aunque de cierto modo les parezca un tanto incómodo.
Ya los dos en la cama, recuerdo cómo se acercaba a mi oído, con una sutileza con la que nadie jamás lo había hecho, tocó mi hombro y como un susurro, me cantó:Llegaste tú, con ese amor a tiempo de salvarme. Recuerdo con tal claridad sus palabras.Su mano seguía sobre mi hombro y sentí su calor como jamás lo había sentido, era tan cálida su presencia, ya había olvidado casi el frío de ese día. Me tomaba con su fuertes brazos, cambiándome de un lugar a otro sobre la cama, jugamos como dos enamorados, sin siquiera pensar en el tiempo, pero luego algo me hizo poner los pies sobre la tierra, era noche y pronto llegaría su padre.
Le dije debía de irse, era tarde y pronto llegaría mi esposo, el lo entendió y agradeció mi hospitalidad. Después de vestirnos y estando los dos en la puerta me dijo con una voz tan varonil que regresaría a más tardar en un año. Me besó por última vez en los labios y comencé a contar los días.
Así pasaron los meses, hasta que llegó el año, yo esperaba que él regresara, yo deseaba otra vez que en se inicio de diciembre volviera él, pero no fue así. Estuve sentada en la entrada del porche pero no llegaba, ya había perdido toda esperanza con mi niño en brazos y yo quería mostrarle lo que aquella noche había nacido, pero no llegó.
Cuando estuve a punto de perder toda fe, de jamás lo volverlo a ver, como un milagro escuché en la radio su voz, estoy tan segura que era él, me hablaba de ese modo. Me hizo sentir un escalofrío, pero me cantaba a mí, me cantaba de nuevo esas palabras las que hace un año me susurraba, me hablaba y él estaba feliz por mi condición. Por nuestro hijo. Y aquí estoy yo con este amor para morir por ti sin olvidarte.Fueron esas palabras con las que supe aun no me olvidaba y sé que fue a tiempo cuando me hizo saber jamás me olvidaría.
Con estas palabras les hago conocer mi gran secreto, no me juzguen que ya alguien lo está haciendo por ustedes. Espero entiendan el por qué esperé hasta este momento para contárselos”
De nuevo hubo silencio, el notario se dispuso a guardar la carta en el sobre, pero el hermano mayor se la arrebató guardándosela en el bolso.

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