Lo
miro cómo se acerca a nosotras, siempre lleva esa sonrisa de galán, siempre saludando
a las más bonitas como si tuviera la oportunidad de hacerlas sus novias, pero
qué más da, si yo sólo lo miro desde lejos y él, él ni siquiera se digna a
voltearme a los ojos. Le he preguntado cuál es la razón y con su ego encima de
sus hombros me responde: “sólo saludo a mis amigas” volteándose con esa manera
tan suya de ser. ¿Quién se cree? Me encoleriza su prepotencia y es tal vez esa indiferencia
que aparenta tener conmigo, esa manera de ser tan tajante al verme, con sus
enormes ojos oscuros, inexpresables. Sólo lo miro cuando pasa junto a mis amigas
y les trae regalos, ¿quién es para decir qué niña es bonita y cual no? Me molesta,
porque es apenas un puberto, ¿qué va a saber él de belleza? Me contengo a dar mi
punto de vista, lo observo, simplemente y lo dejo ser.
Llego
a mi hogar luego de verlo, de recordarlo con tanta repugnancia, con tanto odio
y tanto rencor por ser quien es, pero después de todo, después de los enojos,
de recordarlo detenidamente, desde su bigote prematuro, su voz disque varonil
con la que trata de conquistar a mis amigas y sus versos, tan malos versos que
compone, me situó en el escritorio y prendo la computadora, trato de contenerme
a no odiarlo más y clamarme, entró a Facebook con esa cuenta alterna, sí esa
cuenta con la que él se ha enamorado de una chica linda con la cual tiene una
relación amorosa, me pregunta “¿cuándo podré conocerte?” y reconozco las ansias
de cada una de sus palabras, reconozco su amor por esa chica desconocida, por quien
lo comprende y hace sentir lo que ninguna otra joven le ha hecho experimentar jamás.
Yo tras su pregunta, contesto sutilmente con un “espero sea pronto”. Dentro de
mí, comienza la calma y la paz. Un descanso nace en mi pecho. Ya he olvidado su
carácter y todo se tranquilidad.
¡Ah
alabada seas tecnología, cuando se trata de venganza!
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