Las luces color rosa por la ventana de aquel cuarto cerca del puesto de comida se asomaban, cálidamente. El bullicio de las personas hambrientas, parecían apenas murmullos lejanos. Estaban los dos, frente a frente, con su desnudez al descubierto. No era la primera vez de ninguno, sin embargo eran vírgenes a cada uno al cuerpo del otro. Sus miradas eran intensas y profundas. Eran como el verano, sí, como el verano que trae consigo violencia natural; sismos, huracanes, tormentas. Así estaban sus cuerpos, llenos de tanta energía. Ambos se encontraban de pie y sólo se miraban. Se hallaban en la casa de ella.
Ninguno de los dos se explicaba cómo habían llegado a tal grado, después de dos años de conocerse. Él la miraba como una diosa con su cuerpo casi entonado. Su tez era de un bronceado poco notable, sus pechos, parecían haberse dibujado con tanta delicadeza, además del perfecto tamaño dotado. El rostro de ella, un poco alargado, con ojos grandes de color oscuro; una nariz aguilera y una boca delicada y suave. Esa boca, había algo que siempre los hombres notaban, lo creían sensual al momento de besar, porque sólo así lo notaban. Un lunar, un lunar casi transparente en el labio superior de ella. Él la seguía contemplando, mirando como las manos de ella querían esconder esa inocencia; una cubriendo sus pechos y la otra un poco más abajo. Parecía una criatura indefensa.
La respiración de él avanzaba rápidamente y se detenía un instante, donde se quedaba sin aliento. Sus manos sudaban y trataba de controlar tal reacción. Entonces, la quiso tomar y la azotó en la pared. Le besó apresuradamente el cuello, con mucha pasión pero ella tomándolo de los hombros lo mandó a la cama.
Lo sentó allí. Ella lo miró, notaba que su abdomen no estaba bien formado, pero le excitaba ver su pecho enmarañado, lo tomó de ahí y acercó su boca con la suya. Ella se encontraba parada, pero luego fue descendiendo, mordiendo sutilmente el cuerpo de él. Empezó por el cuello jugando un poco con la lengua y esa pieza de metal que portaba. Sentía la manzana de Adán, una y otra vez pasaba su lengua por ahí. Él sólo mantenía sus manos apretando fuertemente el edredón rojo de aquella cama que perdía forma con cada minuto transcurrido. La aceleración de él podía escucharse y permitió que ella siguiese actuando. Ella había bajado un poco más, estaba en la parte pectoral de él, soplaba ligeramente sus vellos, de la misma forma que besaba en diferentes partes del tórax. Cada vez él sentía una gran necesidad de actuar junto con ella y la tomó del cabello, inconscientemente la hacía decaer lentamente. De pronto, los ojos de él se dilataron aún más que aquellos días de escuela. Un sonido casi sordo, pasó por sus oídos, como cuando se alcanza una gran altura.
Fuera de aquel cuarto alguna radio se escuchaba y de ella la canción de “Alquimia” sonaba yo volaré hacia ti, el mismo cielo que nos une. Él escuchaba una y otra vez aquel coro, sin sentido alguno en ese momento, sólo acariciaba el cabello sedoso de esa mujer que constantemente movía su cabeza de abajo hacia arriba. Miró su nuca y veía como controlaba cada movimiento de ella con sus manos, era mejor, ella no objetaba. La levantó, para mirar su rostro. Estaba llenó de lujuria aunque la ternura seguía ahí. La tomó de los hombros y la sentó en sus piernas, juntando la boca de ambos, abriendo la puerta del alma para que pudiese habitar en el cuerpo del otro. Ella tomó el miembro de él y lo introdujo en sí. Sintió como este, hacia que su libido incrementará y dio un fuerte grito. Su cuerpo empezaba a sudar, él la subía y bajaba, tomándola de las caderas con pasión. Se encontraban los dos en una especie de trance, ella gemía mientras él miraba como sus pechos rebotaban. No sólo estaban unidos de cuerpo, había sellado un pacto con sus labios y sus almas bailaban juntas. El éxtasis crecía cada vez más. El fulgor del momento hizo que él tomase un pecho de ella, llevándolo a la boca, jugando un poco con su pezón. Su lengua se deslizaba con movimientos circulares, entonces le dio un ligero jalón con los dientes. El cuerpo de ella se erizó. Él sintió esa reacción más abajo. Ella se tomó un mechón que le cubría el rostro, mandándolo hacia atrás. Tomó las manos de su acompañante y cerrando su puño dejó sólo el pulgar levantado, empezó a lamerlo. Primero lamió la uña, rozándola finamente por sus labios, dándole un poco de su respiración. Inspiró suavemente introduciendo el dedo más a fondo, lo lamió todo desde arriba hacia abajo. Mojó completamente aquel pulgar y lo llevó a sus pechos. Su sollozo cada vez era más fuerte, mientras el rodeaba su areola. Él sentía una atracción inexplicable hacia ella y cada vez más profunda. Quería realizar todo lo que pudiese con aquella mujer, deseaba brutalmente experimentar más allá. Aquello había pasado de ser algo carnal a un acto místico. El poder que ambos llevaban se iba consumiendo, pero la fuerza no desvanecía. Sus ojos se impregnaron. Fue sólo un momento o quizá pasó una eternidad. Podían sentir deliberadamente como el calor de sus almas salía por sus poros. De nuevo unieron sus labios para dar por hecho lo acontecido. Esta vez fue largo y arrebatado. Él volvió a tomarla de la cintura, y con el brío del alma que regresaba al cuerpo, lleno de femineidad, la penetró y ella sintió esa sensación llena volviendo a sí. Lo acostó, pero él cambió los papeles sometiéndola. Ella sólo aruñaba su espalda, respirando lentamente. El acto tomó un paso más acelerado. Ella experimentaba cada golpe de su miembro en el suyo, negarse a expulsar aquella reacción era como negarse a probar el betún que esta por embarrarse; el betún estaba a punto de ser esparcido, él seguía con su ritmo veloz, ella no pudo más y de un grito hizo que aquella noche los astro brillaran más. Entonces se embarró. Las olas del mar chocaron contra la costa en luna llena. Él había terminado, ella sólo hizo un minúsculo quejido, esparciendo sus rayos de luna sobre él. Los dos se miraron y permanecieron callados. Lo demás siguió su curso. Las personas llegaban y se iban fuera de aquel cuarto, a pesar de que permanecer cerrado ya el puesto de comida. Las luces color de rosa se apagaron; el sol era quien alumbraba ahora sus rostros.