martes, 3 de junio de 2014

La unión

El día que me fui sólo me llevé esta foto. Ahora que regreso a casa siento un poco de melancolía al recordar aquel día.  Mi madre siempre me dijo era igual a mi padre, y tenía razón, desde joven dejé el hogar por buscar mis sueños, aunque ella lo entendía no pudo detener su llanto cuando me vio partir. Mi hermano por su parte, ni siquiera volteó al umbral de la puerta, como siempre nuestra relación estaba en conflicto, sin embargo observando detenidamente la foto, estamos él y yo abrazados y nuestros labios muestran algo extraño. Sí, sonreímos, pero no esa sonrisa convencional de foto, no también hay nostalgia y un poco de tristeza, pero estamos felices. A pesar de los problemas y diferencias que hubo siempre, existía una fuerza que nos unía.
Recuerdo ese día. Tenía ocho y él diez, en aquella época mi padre se había ido a trabajar al extranjero y madre cada mes enviaba una foto de nosotros para animar a mi padre. Cada fin de mes mi madre nos vestía con las ropas más elegantes como muestra del esfuerzo de mi padre, pero a esa edad para nosotros esas cosas no importaban, sólo nuestra absurda rivalidad que jamás entenderé cómo empezó.
Mi madre tenía que hacerse cargo de nosotros sola, sin ningún apoyo. Era un trabajo difícil. Nuestros pleitos como hermanos siempre eran por cosas simples, la ropa, los juguetes, colores, inclusive por los compañeros de salón. Con el tiempo las cosas fueron empeorando y cada vez la competición se enfocaba en cuestiones más sofisticadas, pero siempre hubo algo que nos unía.
El día de la foto, de este único recuerdo que llevé conmigo, mi madre nos había vestido con atuendos diferentes, mientras él portaba un traje azul marino con botones y unos pescadores del mismo color, el mío era más colorido, las formalidades nunca fueron para mí, llevaba unos jeans color caqui, una playera verde y una camisa de cuadros encima. Mi madre nos vistió a cada uno conforme a nuestros gustos y a pesar de ello, sentíamos algo tanto el uno como el otro por el atuendo que llevábamos, pensábamos era el mejor.
Durante el día las indirectas de palabras no paraban de llover de ambos lados, mi madre en un inicio ignoró nuestra pelea, sólo nos pedía no ensuciáramos nuestro atuendo, pero no nos importó, nosotros seguíamos nuestra pelea milenaria. Mi madre prefirió irse a otro cuarto para concentrarse en una buena lectura, mientras se llegaba la hora de tomarnos la foto.
Las indirectas poco a poco se fueron convirtiendo en pequeños empujones y luego ligeros golpes, la rivalidad se transformaba en algo más. Mi madre harta de escuchar nuestros jaloneos decidió adelantar la hora de la foto, ella era fotógrafa y eso de las luz natural le encantaba, pero no podía más escucharnos pelear. Cuando nos habló estábamos en la cocina y sin fijarnos tiramos la comida sobre nuestras ropas.
Habíamos arruinado todo el esfuerzo de nuestra madre, fue ahí cuando comprendimos, al menos ese día, lo ridículo de nuestras peleas y llenos de esa combinación espesa sobre nosotros quisimos resolver el error cometido. Ella nos miró y dando una media vuelta se retiró a su cuarto, no podíamos dejar eso así. Limpiamos el lugar y decidimos tomarnos la foto nosotros, pero no sabíamos, la pusimos en temporizado pero cuando llegábamos la foto ya se había tomado. Tirados los dos en el suelo nos sentimos derrotados. Entonces nos abrazamos. Lloramos más y no sabíamos cómo pedir disculpas, mi madre jamás nos volvería a hablar, pero de pronto escuchamos el flash. Nos habían tomado una foto infraganti, mi madre se burlaba de nosotros. Al ver su expresión de vernos rendidos, nos dijo si habíamos aprendido la lección, con un poco de enojo y a la vez felicidad sonreímos inocentemente, mi madre guardó ese recuerdo en esta foto.

Ahora vuelvo a mi hogar, porque de nuevo esa fuerza que nos unía de pequeños nos llama, si bien una vez me dijo un amigo en los funerales es de las pocas cosas que une a la familia y sí era verdad de nuevo mi madre nos estaba uniendo.