Cuando regresó de la casa se dio
cuenta que las palabras de ella eran una verdad. Sudó frío al darse cuenta de
la realidad y más aún cuando no podía olvidar detalle a detalle lo visto en su
hogar. Y en verdad era imposible, llegar a su cuarto, ese lugar tan oscuro
donde los claros de sol se asoman sólo cuando la cortina que les obstruye
entrar está mal acomodada, en ese cuarto donde está un sillón en una esquina
cerca del baño y sobre él un montón de ropa, en ese cuarto donde una vez la
llevó, la acostó, la tomó y la dejó ir. Estaba ahí de nuevo, al menos en sus
recuerdos de hace apenas unos cuantos minutos, regresó a la escena para
comprobar si sus palabras eran reales. Estando en su habitación se dirigió
primeramente al colchón, lo inspeccionó con el olfato como si eso le ayudara a
remontar el momento, tocó con suavidad la superficie para reconocer donde
habían estado los cuerpos, pegó su oído a este y se quedó un momento inmóvil,
llenó su pecho de aire y suspiró, no podía creer cómo aquella noche mágica
había causado tanto mal. Después de inspeccionar la cama minuciosamente se pasó
al sillón, donde todavía estaba la ropa de él y de ella tendidos, apartó la
suya tirándola en la alfombra que rodeaba todo el cuarto, agarró la femenina
con el mismo detenimiento como lo hizo con la cama, tomó la blusa, esa blusa
insignificante con estampados azul y blanco tan desagradable, él la odio al
menos ese día, jamás lo supo sólo sabía era horrenda. La aventó junto con la
suya aunque estuvo a punto de tirarla a la basura, se posicionó luego de los
jeans de ella, eran claros y entubados. Los revisó, no había ninguna señal de
algo extraño, sólo eran unos jeans que quizá había comprado en un momento de
oferta o tal vez eran usados, no le importó y los echó junto a la demás ropa.
Entonces encontró la respuesta, la verdad, lo omitido por él, porque lo sabía
pero no quería darse cuenta, las palabras de ella estaban ahí eran presentes,
eran reales. Inspeccionó la braga de la mujer, de un verde oscuro, apenas si se
notaba el color por la poca claridad del cuarto, tomó las pequeñas bragas casi
en forma de corazón, la sostuvo con las dos manos y la alzó a lo alto, tuvo que
soltarlas pronto cuando una ligera línea de polvo comenzó a caer. Había arena.
Cerró pronto los ojos, frotándolos sin soltar la prenda, la puso a la altura de su pecho y observó allí en la
parte de la entrepierna una cantidad considerable de tierra, era más bien una
fina arena, tenía un color brillante como esa arena desértica que pasa bajo el
sol esperando un poco de agua y se queda así, sólo esperando. Pasó sus anchos
dedos por la parte medio de la prenda íntima sintiendo cómo se impregnaba ese
polvo cósmico en sus yemas, lo olió y trató de recordar si lo había sentido
durante la penetración, pero sólo recordaba el momento de éctasis. Nunca,
incluso porque él la desvistió sintió esa materia ahora ahí encontrada. Estando
allí con los calzoncillos de ella en la mano, no tuvo más remedio que ir a
buscarla para ver si podía remediar el daño.
Un poco más relajado y haciendo un
lado la sustancia arenosa encontrada en su casa, hizo remembranza de cómo había
encontrado a esa chica, recordó era un día cálido de mayo en el centro de la
ciudad ocasionalmente visitaba un café, ahí fue cuando cruzó la mirada con
ella. Una mirada, profunda, oscura, penetrante, con mucho más que dos negros
ojos. Había algo más. Él la vio y de pronto se sintió hechizado, quizá era muy
exagerado, pero la atracción profunda sentida no se trataba precisamente de
amor sino era un deseo carnal. Se acordó el estado hipnótico en el que se
encontró aquel momento, se levantó de la silla en donde estaba sentado en la
explanada del café, el sol tornaba el cielo con matices entre naranja y
rosados, los pájaros cantaban con su retorno a su hogar. Las personas parecían
sólo estatuas inmóviles que adornaban el entorno y ella, ella estaba ahí tan
sola, tan llamativa, tan misteriosa. Él se acercó, la miró de pies a cabeza y
dijo: desearías tomar una taza conmigo. Sus palabras salieron de lo más
profundo de su ser, jamás había hecho tal propuesta a alguna otra mujer. Se
sintió extraño, ella por su parte con sus ojos brillantes, lo miró y posando su
mano en la boca afirmó sólo con un movimiento cefálico. Ambos se dirigieron a
una mesa, él no dejaba de contemplarla, ella sólo respondía tácitamente las
cuestiones. Él quería conocer más, quitar esa nubosidad que ella ponía en su
persona, quería quitarle la ropa, quería conocerla. La tarde llegó a su fin, la
noche apareció, él le ofreció llevarla a su hogar, ella bajando la cabeza se
negó. Viendo su intento fallido pidió su número de teléfono, ella se lo otorgó.
Ambos partieron a su rumbo con una despedida muy formal. Recordaba ese día
haber ido a la casa y sólo pensaba en ella, no podía olvidar su mirada, sus
ojos casi inexpresivos, casi parecidos a un big-bang, semejaban todo y no
decían nada, ¿qué escondían? ¿Por qué eran tan profundos y tan negros? ¿Qué le
trataban de decir? Él no dejó de pensar en ello toda la noche y sólo se trataba
de dos luceros incrustados en una dama. La noche hizo su curso más largo que
otras veces, pero al fin y al cabo el sol volvió a salir, él no pudo esperar
tanto tiempo y antes de dirigirse al trabajo la llamó. Timbró tres veces y
antes de sonar la cuarta su voz delicada contestó. Realmente él no sabía que
decir, no se había percatado de que no tenía plan alguno para planteárselo,
daba gracias a la lingüística por las frases ya estructuradas para
conversaciones de este estilo, preguntó su estado e inconscientemente o
engañado por su subconsciente la invitó a salir, ella río, su risa era más bien
de recuerdo, de deja vu a sus palabras y luego de un rato aceptó su
propuesta. Sería luego de seis días su reencuentro. Y así pasaron, después de
una larga espera, de días con más de veinticuatro horas y el calor cada vez más
intenso. No ayudaban en nada la desesperación de él, pero el día llegó y de
nuevo se encontraron. Ahí en el café, donde fue su primera mirada. Estaban los
dos de nuevo de frente, ella llevaba esa horrenda prenda con estampados azul y
blanco, los jeans claros y unas balerinas color perla. Él la tomó de la mano y
cruzó junto con ella la puerta a pesar de ser un café al aire libre. Tomaron
asiento y pidieron cada quien por su parte. El silencio se adueñó de sus bocas,
ninguno tenía un tema de conversación y después de un rato él comenzó a hablar.
Surgieron luego muchas cosas de que hablar, poco a poco las risas comenzaron a
salir y los gustos en común también, era casi un acto afectivo en aumento y
como un orgasmo él le dijo “me gustas” de nuevo el silencio se apoderó de ambos
y un frío, eso extraños y repentinos fríos que llegan de mayo tocó el cuerpo de
ella, fue también el aire su cómplice y dejó una piedrita en su ojo, no lo pudo
evitar y soltó una lágrima. Bajó la cabeza y dijo: no lo hagas, me desmoronas.
La boca de él se llenó luego de flores y las quiso poner en ella. Atentamente
como toda mujer se sentía alagada, sonreía de vez en cuando y giraba su café
antes de darle un trago. Ella ¿qué sentía? Sólo sonreía.
Las horas transcurrieron él de
nuevo le ofreció llevarla a su hogar, esta vez aceptó, pero el juego de miradas
entre ambos los llevó primero a la casa de él. Los besos comenzaron a ser
partícipes del momento siendo cada vez más intensos, poco a poco iban avanzando
por la casa de él, hasta llegar a su cuarto, ahí la dejó caer, la respiración
de ambos se aceleraba más y más, ninguno de los dos podía parar. Él trozó los
botoncitos de su blusa. Ella respiró con fuerza. Él miró sus pechos color
canela, suaves y de buen tamaño. Los tocó con precisión y usando todas sus
yemas. Agarró su pezón con los dedos índice y pulgar con delicadeza, lo
mallugaba sintiendo su arrugada textura. El respirar de ella simplemente se
hacía más rápido, él bajó con arrebato su mano y desabrochó el botón de su
pantalón, por la oscuridad ni siquiera notó el color de su ropa interior, sólo
la aventó al sillón. Abrió sus piernas y en un segundo la penetró, su misión
estaba completa. La tenía, la poseía, su deseo profundamente carnal se lograba,
jamás había sentido un acto sexual con tanta intensidad, jamás su descendencia
había tenido tanta fuerza al abandonar su cuerpo, jamás sintió tanto deseo por
una mujer al poseerla. Era una experiencia inexplicable.
Así terminó aquella
noche luego de dejarla en su casa con los boxers de él en ella y su camisa
puesta, aun lo podía recordar, sí había sido una noche anterior, pero durante
la mañana siguiente las palabras de ella no dejaban de rondarle “me desmoronas”
una y otra vez pasaban las mismas palabras por su cabeza y no pudo más salió de
urgencia, salió dirigiéndose a la casa y buscando evidencias, fue así cuando
vio aquello. Entonces quiso pedirle perdón o quizá decirle que en verdad la
quería. La contactó entonces y se dirigió a su lugar de trabajo. Luego de
volverla a ver con su uniforme de secretaria, sus tacones de alto, su cabello
agarrado, sus mejillas pintadas y una sonrisa en la boca, todo cambió para él,
miró sus ojos y estaban gustosos, podía ahora leerlos, no había ya nada más en
aquella mujer que le atrajera, era realmente feliz ahora que lo veía. Él se
acercó despacio y le susurró al oído: creo que ya no nos podremos ver. Suspiró
profundo ella y comenzó a llorar tapándose el rostro, se reconocía a sí misma y
quedó allí parada inmóvil, las personas alrededor se quedaron petrificadas, el
tiempo sólo pasó para ella nada más se movía. Ella se quedó sola.