Recuerdo aún la mirada de aquel
perro. Era verdaderamente peculiar su manera de ver, sus ojos dos enormes y viscosas
aceitunas iluminadas por alguna inocencia bestial de su ser. Su contemplación
hacía a mí era como si quisiese algo, de su profundo pecho un sollozo podía escuchar
y su rostro se ladeaba dando un aspecto de ternura. Quizá habría sido un perro
de la calle o tal vez tenía dueño, pero ese día, el día en que lo vi, pareciese
buscaba algo que yo pudiera darle. Entonces entre tanta confusión por no
entender lo que realmente quería le di mi mano, pero este con su instinto
salvaje la arrebató, no la arrancó por completo, pero quedó destrozada. Rompió
con fuerza un pedazo de mi carne, quizá sólo quería eso un pedazo de carne,
sólo un simple pedazo de carne, un pedazo que pudiera tomar para su beneficio,
sólo un pedazo de carne para hacerlo suyo. Desde aquel día hasta hoy maldigo
ese perro que tomó parte de mi ser para satisfacer un placer animal.
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