Recuerdo aquel día, el sol se asomaba con intensidad esa tarde de primavera. Yo en mi asiento juraría estábamos en la estación equivocada. El calor era insoportable y más aun cuando la clase empieza a ser tediosa y las voces parecen ser psicofonías incomprensibles. Mi mente ya se encontraba en un plano lejano a este, entonces de pronto cuando pensé que aquella tarde sería infinita, te vi. Es raro pensé, cómo es que jamás te había visto, con ese par de orondas mejillas y ligeramente rociadas con un tenue pétalo rosa. Tus labios pequeños, marcados con la esencia de una manzana. Tentadora. Tu escote, bocadillo suculento a mi pupila, me incitaba a probar aquel prohibido manjar aunque sólo conociese el borde. Llevabas ese color de la esperanza sobre tu piel, pero oportunidad mía tan vana cuando ni siquiera sé tu nombre. Eres tan seria, tan tímida, tan silenciosa, tan escondida, tan secreta y te he descubierto Andrea, sí ese será tu nombre. Andrea, tan sensual y bella como tú. An-dre-a pronuncio tu nombre tan lentamente, es probar de ti y no es necesario tenerte cerca, tan sólo con mirarte siento hacerte el amor…
Recuerdo haber esperado un poco más de lo habitual al salir de clase para ver si podía conversar contigo, sólo eso me hubiera bastado aunque mienta, sólo eso quería volverte a mirar, hablarte, mirarte, besarte. Entonces llega el momento en que todos se van, te hablé espera te grito, tú volteas impresionada con tu mirar huraño. Te sonreí mientras los últimos rayos del día golpeaban los lugares solitarios, pero estamos tú y yo, ahí sin nadie más. Parecía todo tan tranquilo, me acerqué a ti, me seguías mirando confundida, me sometí a tus ojos con calidez, tomé tu rostro con suavidad, más bien es suave nube tu piel. Acerqué mis labios a los tuyos y el tiempo, que es poco, hizo que la tarde llegara a su fin. Un viento sopló melodías, tú estabas inmóvil, la noche se presentó ante nosotras. Llegué a ver en tu cara mil preguntas y poco a poco te separaste de mí, agachaste la cabeza y te fuiste.