martes, 6 de agosto de 2013

Anoche soñé contigo.

Escuchó sonar la puerta abrirse y bajó sólo unos cuantos escalones de la escalera en forma de caracol para percatarse de quién se trataba. Era él. Era su compañero de estancia el único hombre que tenía permiso de entrar a esas horas a su cómoda residencia, ella se animó y le sonrió. No tuvo ningún dialogo con él y volvió a su cuarto a realizar de nuevo sus actividades. Él se veía cansado al parecer el trabajo había sido demasiado agotador y excesivo para haber regresado a tal hora. Quería dormir. Se dirigió a la cocina donde se encontraba un refrigerador blanco y de unos dos metro de alto, no había mucho que pudiese guardar, regularmente había una lechuga, leche, unos tomates y varios aderezos sin fin alguno dentro de aquel aparato.
Tomó tan sólo el envase de leche verificando si, tenía un poco y si estaba del todo buena, oliendo el orificio mal hecho que tenía. Se dio cuenta que su estado era favorable y en un vaso de vidrio vació todo el líquido, luego se dirigió a la alacena, ese largo cajón donde solían guardan los alimentos que no necesitaban ser refrigerados, claro esas galletas que de vez en cuando tenían el honor de permanecer por días, meses, incluso hasta años sin ser usadas porque de alguna manera u otra habían llegado ahí sin saberlo y debían ser guardadas para su conservación, pero en realidad nadie la utilizaba jamás ha no ser una verdadera emergencia, tal lo era aquella noche. Él tomó uno de los muchos paquetitos de galletas saldas por desgracia y se dirigió a su cuarto, subió con cuidado las escaleras llevando su insípida cena con las dos manos, dirigió su mirar al cuarto de su compañera al llegar a la planta alta, ella lo miró y le sonrió. No dijeron nada. Él se metió a su cuarto dejando la leche y las galleta sobre la mesa sin antes prender la luz de su pequeña guarida, fue al menos un segundo el que pasó cuando volteó después de dejar las cosas y darse cuenta que ella estaba ahí en la puerta de su recámara. La miró con ese peculiar ser de sí misma, con ese alborotado cabello color marrón, simulaban a  esas serpientes mortíferas que alguna vez vio en algún zoológico. Su sonrisa era delgada, pero sus gestos decían mucho más de las palabras y con esa silueta tan insignificante, parecía tener algo en mente. Él quiso preguntarle qué hacía ahí, pero ella se adelantó y moviendo suavemente los labios dijo. Quieres ver una película conmigo. Era curioso que entre ellos hubiese cierto dialogo y aunque hubiese sido extraño tal insinuación él aceptó, un poco de compañía no le haría mal. Ambos pasaron al cuarto de ella. Él se sentó en un sillón carcomido color arena, mientras ella se acomodaba en su cama. El televisor, no era muy moderno, tenía en la parte trasera una gran caja, no era de plasma pero al menos hacía su función.
La película comenzó, ella de nuevo dirigió su mirar hacia él sonriéndole. Había entre ambos una diferencia de edad de unos cuatro años. Ella era mayor. No era tampoco una mujer muy bella, sólo lo necesario. Él la miró sonriéndole y no le quedó otra que devolverle el gesto. Sintió un poco de intimidación. “Anoche soñé contigo” era el título del filme en curso, era una película fuera del contexto del cual supuso verían, pero no le importó, le gustaba conocer siempre un poco más y de todo. La noche transcurrió y cuando menos se dio cuenta su compañera estaba dormida, aquí era el momento menos indicado para pensar en nada. No supo realmente qué hacer el varón, debía apagar el televisor e irse o despertar a su compañera, sólo irse. Varias opciones apoderaron su mente confusa, era como andar por las calles de una ciudad desconocida y no saber regresar al punto original. Pero entre toda esa confusión, entre toda aquella gente desconocida, encontró algo peculiar, algo anormal, algo donde jamás pensó fijar su mirada y un anuncio grande con letras rojas le llamaban SEXO. Podía pensar en aquella palabra al ver a su compañera ahí sobre la cama durmiendo sin malicia alguna, entonces se acercó, para verle el rostro. Sus ojos se encontraban semi abiertos, somnolientos, inconscientes y parpadeantes como sesión fotográfica, como si fuesen el proyector de algún filme en el cine. No había más, no tenían expresión alguna, él se daba cuenta era la primera vez que la contemplaba, siempre la veía, pero jamás la observaba. Era como si la encontrara en algún otro lugar y tratase de conocerla.
No era su compañera sino una mujer recostada en una cama frente de él. Pensó cuántos hombres no habrían deseado el momento el cual él estaba pasado, cuántos no habrían aprovechado esa situación, él en cambio, no podía ni siquiera tocarla, pero sí contemplarla tan sencilla, tan sin aliento, tan sin ningún atributo considerablemente hermoso ¡estúpidos estereotipos! Pensó, porque la contemplo en su sueño y era divina, era tranquila e inmóvil, no se preocupaba por nada simplemente recordó que era realmente feliz, sólo eso importa, incluso en su somnolienta posición se veía alegre, despreocupada, serena, en paz. Entre todo ese colapso de armonía su instinto podía aún más que aquella tranquilidad en aquel cuarto.
La miró y su corazón palpitó bruscamente, era él a fin de cuentas un hombre y no podía desaprovechar el momento. Su mano se situaba en la parte baja de la espalda femenina, pero un impulso le negó tocarla, no podía aun cuando sus instintos lo presionaban. Estaba en un dilema. Se dirigió de nuevo al lugar donde estaba sentado, suspirando profundamente, quiso tomar la calma, pero su cuerpo no respondía del mismo modo, su miembro viril había tomado todo ese escándalo y lo había transformado en una reacción erótica. Pálido se puso el muchacho al ver su miembro erecto y sin darse cuenta. Motivo tenía para estarlo. Quiso tranquilizar su estado y comenzó a acariciar su falo iniciando por la glande y deslizando su suave mano hasta donde su mano lo permitía. Vio su falo y cómo un líquido cayó en su mano, lo miró un instante, para luego dirigir su vista a la mujer, se sintió entusiasmado inocentemente, como si aquella figura le incitara a un placer desconocido y su mano obedecía, lo hacía rítmicamente de arriba hacia abajo, con un paso lento al comienzo y luego con un silencioso grito aceleró su ritmo, estaba consiente que no podía hacer más ruido que el mismo efecto de subir y bajar su mano por su miembro viril, sin embargo el rechinar de sus dientes era inevitable.
No podía apreciar aquella figura sin expresarlo al exterior, era más excitante aun saber que no podía. Los minutos largos o tal vez cortos seguían transcurriendo entre la oscuridad, el joven y ella. Él seguía aquel ritual que sin saber estaba llevando acabo, se preguntó en una milésima de segundo si lo efectuado en sí sería un ritual en sí o tan solo una forma de llamar aquello inexplicable, ¿por qué lo hacía? No era más un suceso efectuado por necesidad y por ocio, había tantas razones y no, no trataba de justificarse, jamás había sentido tanto placer y a decir verdad, su rostro no mostraba experiencia de dicha situación, por ello no deseaba que terminase. Intercalaba los ritmos entre despacio y rápido, pero la mente engañosa sabía que debía terminar aquel momento de placer y como relámpago llegó a él una imagen de los más nítida de la sonrisa de la joven, esa con la cual siempre lo recibía. Era simple pero era cautivadora, el joven no pudo resistir más su acto, acelerando su ritmo prolongadamente. Gemía una y otra vez quedándose casi ensordecido por guardar el aliento, tenía claro aquello de no hacer ruido, pero no lo entendía perfectamente.
Sus ojos se cerraban y se abrían, el éctasis estaba llegando a su clímax y su sentir no podía llegar más, entonces un grito de lo más profundo salió de golpe. Sintió el sudor en todo su cuerpo, tomó un poco de aire mientras volvía a su reposo, abrió los ojos tan lento como si acabase de despertar. Así lo era. Se miró recostado en su cama, muy lejos de la recámara de su compañera. No podía creerlo. Sólo revisó su parte genital y darse cuenta que todo había sido tan solo producto de su imaginación.

Al día siguiente su compañera lo miró con peculiaridad y le sonrió, hubiera podido haberle dicho que anoche había soñado con ella, pero qué importancia tendría el avisar suceso tan insignificante.La miró entonces y le sonrío como era ya su costumbre.