Sólo el sonar de los vasos caer
sobre la mesa de cristal en el patio se oía en aquella noche fría. De vez en
cuando el expulsar del tabaco discontinuaba el silencio y las frases entre los
dos individuos representaban momentos casi nulos. Estaban más dispuestos a
desgastar sus cuerpos en el vicio que en sí mismos. Había oscuridad, sólo la
una luz de un poste alumbraba los rostros. Él dio un gran sorbo a su elixir
haciendo ruido con la garganta, movió su melena de un lugar a otro para poder
incorporarla detrás de los hombros, para asegurarse de que toda se encontrara
atrás alzó sus dos brazos y envió todo su cabello en su parte trasera. Luego
tirando la colilla de su enésimo cigarro se dirigió a su acompañante: ¿cuál ha sido tu mejor experiencia sexual?,
ella perpleja no supo contestar. Entre ellos había confianza, sin embargo no
esperaba esa pregunta entre aquel silencio de reposo. Ella río porque de verdad
jamás había pasado por su cabeza tal pregunta, siempre tuvo una visión del sexo
como un momento donde dos cuerpos se unían por causas fuera de sí misma y donde
realmente importaba el placer momentáneo y no algo más allá del acto, a veces
sí estaba de acuerdo en realizar cosas nuevas con sus parejas pero jamás había
propuesto algo ella. Jamás había dicho este
ha sido mi mejor sexo. Volteó su rostro a su compañero y deslizó sus suaves
labios haciéndole saber que dicho momento aún no ocurría. Él sonrió
maliciosamente con una carcajada apenas notoria. Siguieron con su ritual, sin
dirigirse palabra alguna, cada quien tenía su propio espacio. Unas nubes turbias
e impacientes con mucha carga se posaron encima de los dos sujetos. Los
truenos comenzaron a sonar a lo lejos, después alumbrando de rojos y azules el cielo
unos relámpagos ligeros. De vez en cuando uno de los individuos posaba su mirar
al cielo para contemplar maravilla de la naturaleza. Ella tomó la botella que
se encontraba en la mesa, miró por ella viendo que el líquido cada vez era
menor, vio por el cristal aquel hombre que le acompañaba, lo contempló
detenidamente. Lo apreció, desde su larga cabellera de canela, sus ojos
cansados y pesados, con esos labios gruesos y salientes, con esos labios llenos
de sabor amargo, con esos labios pudriéndose, con esos labios cenizos y desgraciados. Los miró porque a pesar de
ello, los empezó a desear. Los veía, ¡qué
maravilla sea la pupila y lo demás para darme el privilegio de verlo! Se
dijo entre sí. Su estado ya no era completamente sobrio y es que nunca lo había
estado, siempre se saciaba de vez en cuando con un poco de locura para no
parecer del todo bien, pero ahora, el alcohol, el tabaco y por arriba de todo
los monótonos días, la había embriagado más de lo permitido. Dejó la botella de
nuevo en la mesa, sin siquiera servirse, dejó su vaso también ahí. Dejó todo
incluso su propia perspectiva del sexo. Se acercó a su camarada y comenzó a
besarle la mano, este no entendía exactamente lo que hacía, pero encontrándose
en la misma situación se dejó llevar. Los truenos de vez en cuando aluzaban un
poco más que sus rostros, pero ninguno de los dos hablaban, sólo dejaban venir
las aguas. Los labios tibios de la mujer siguieron el camino del brazo de su
acompañante hasta llegar a sus labios, una ligera explosión hubo allí. El momento surgió de repente, como si ninguno de
los dos se esperara ese beso, sí eso que comienza todo desde las caricias
efímeras hasta el para siempre, uno nunca sabe, pero los besos a fin de cuenta ella
sabía que eran mágicos. Y aun así aquel instante en que ambos se tomaron de esa
carnosidad poco expuesta. Eran besos de licor, besos improvisados, besos por
besar, por tomar un poco más de un vicio más. Quizá no podrían tener razón de
su propio ser, pero se iban dando uno tras otro, labio con labio, de arriba
abajo, con dientes, con mordeduras, con lenguas, con nombres ya inventados,
¿qué más da si son franceses, si son alemanes o de otro país? Eran ellos dos en
cualquier parte del mundo y eran suyos sin procedencia. Las manos comenzaron a
tomar participación. La de él se puso sobre la cintura de ella, mientras la mujer
acariciaba con fervor aquel enjambre lanudo, tomaba con gran fuerza mechones,
como si así pudiese sentir más cada bocadillo de su ser. Transmitían un mensaje
con cada movimiento y cada uno iba tirando los cuerpos al suelo, sin darse
cuenta se iban desvaneciendo. Los cuerpos comenzaban a dilatarse, las nubes lo
sabían y lo hacían también. Las primeras gotas comenzaron a caer sobre los dos
entes. No lo percataron. Sus manos, guías iban recorriendo cada rincón del otro
desde montañas o montes, hasta profundas fosas marinas., largas selvas y
bosques, junto a esa pradera en forma de paleta con sus atractivos lunares
puestos estratégicamente para ser encontrados, eran dos mundos diferentes
envueltos en ropas que desearon llevar puestas. Los ritmos comenzaban a volverse
más veloces, las gotas más fuertes y sus almas comenzaban a llamarse. Rodaron
entonces por aquel patio sin importarles si quedarían sucios. La lluvia
comenzaba a cobijarlos. Ella mordió el cuello de él y tomó su pecto bajando sus
delicadas manos por el cuerpo de él, desgarrándole las costillas con fuerza brutal y unas pequeñas uñas lujuriosas, estaba sedienta. Las manos de él pararon, porque no
podía soportar aquella sensación, la habilidad de la mujer ante su compañero era perfecta y profesional, él sintió que debía hacer algo y la tomó, la jaloneó, no para poseerla, sabía que era
suya y recíproco, sino para sentirla más hacía él. Ella se dejó llevar. Se puso
de rodillas el hombre dando un trago más a su bebida , se acercó a su compañera y la besó
bajo la lluvia, primero la boca, después el rostro y por último el cuello.
Había un poder hipnotizaste. Cayó sobre ella, poniendo su frágil cuerpo en el
piso casi inundado. La sintió fría por un momento, pero la tomó de los brazos y
la abrazó fuerte. Hubo un momento de paz. Y poco a poco él le fue quitando la blusa por la parte de atrás, ella no objetó. Sentía el frío en sus carnes,
pero era algo poco importante, porque se veía reflejada en el mirar de ese
hombre. Había ternura, el entorno comenzaba a tener colores. Sin blusa
ella, él vio debajo sus pantalones, esos
que se sujetaban tan sólo de un botón y cierre de quince centímetros. Los quitó
junto con la ropa interior de la mujer dejándola casi desnuda bajo la lluvia,
bajo sus brazos. Un vaho salió de lo más profundo de ella, él la contempló e
hizo el mismo procedimiento con su ropa quedándose completamente desnudo al
lado de ella, sin decir nada más, sin tocarse, sin hablar. Sólo ahí los dos
desnudos bajo la lluvia, bajo los efectos de líquidos fermentados, bajo la
fuerza de sus cuerpos, los dos sólo trataban de alcanzar uno a uno su éxtasis
junto al otro, ¿qué era aquello? Ninguno
se tomó la molestia de preguntar, pero estaban contentos, felices, tranquilos
como ánimas en cementerio. Se miraron los rostros, sonrieron, se tocaron
mutuamente las caras y se dieron un beso ligero, se juntaron realizando un
coito. No era el gran desenlace porque ya habían experimentado el orgasmo. Eran
el orgasmo. Pero seguía lloviendo, sus cuerpos aun vivían entre las gotas
y como todo ritual debían culminarlo y así lo hicieron, juntando sus cuerpos fuertes y débiles. Eran simplemente
extremidades del alma y amaban ser alma por eso sabían llegar a sentir,
llegaban a reconocerse junto con el tiempo. Aire, agua, tierra y corazones de
fuego. Todo pasó como un sueño. No había más que apartarse para sentir habían cumplido algo que ni siquiera entendían, sólo se sentían satisfechos. Él
se dirigió a ella y preguntó ¿cuál ha
sido tu mejor experiencia sexual? Ella sólo se río.