martes, 12 de febrero de 2013

Ligera depresión.

Intento detener el instinto que no me es familiar, 
va en contra toda mi fuerza 
y me detiene. 
en el momento menos apropiado porque parece mi cuerpo llenarse de vigor y desea explotar. No, no es propiamente mi voluntad romper en llanto y tampoco quedarme en silencio, es complejo saber que realmente deseo parar, entonces sufro, sufro quizá sea unos cuantos segundos eternos, eternos donde mi mente se derrite embarrando la capa craneal de dolor insoportable, los músculos se tensan, mientras quieren ser fructíferamente libres y desembocar en paz. Mis manos pulsantes se enredan  entre sí queriendo ser puño enérgico desatado. Tal vez sea que oprimo el sentimiento molesto de impotencia a lo que debe ser impotente, a lo que no se debe mencionar, a lo que se calla. Eso, que mata paulatinamente el corazón. Es necesario de vez en cuando dejarlo libre pero, si no tiene motivo o caso si se deja siempre en ese punto suspensivo en el que se cultivó, de qué sirven tantas palabras si ninguna es la adecuada para representar el mismo dolor de la desesperación en la capsula humana insatisfecha, quejumbrosa, temerosa, rencorosa, porfiada, en mí...