Rompió sus medias de color piel, porque ya no había tiempo para deslizarlos. Eran tanto el placer que ambos sentían, como si el tiempo hubiese pasado tan lento anteriormente y ahora debían retomar todas esas horas desperdiciadas. Con fuerza aruñó las piernas de su mujer desbaratando esas aburridas medias que solían disimular los días cansados de aquella dama. Ella gemía casi sin tomar aire, algo que ni siquiera importaba. La atmosfera se volvía más pequeña, no se escuchaba a sí misma, sus gimoteos en gritos se volvían, no lo notaba. Él hizo a un lado la braga roja que hace unos años se la había obsequiado en año nuevo. Era un regalo que jamás tuvo un motivo, simplemente se lo dio por costumbre. Tenían tanto sin tocar sus cuerpos, sin sentirse, sin verse a los ojos, sin amarse, sin hacer el amor. Pensaban en rutina después de diez años y dos de amor. Entonces sus almas se revelaron ante esos cuerpos inertes, llorando por dentro, gritando y haciendo la guerra por fuera. Llegó el tiempo en que ninguno de los dos pudo más y sus ánimas se reconciliaron, se liberaron y con un beso se volvieron a encontrar. Todo se volvió tan paradójico cuando ella susurraba amarlo y dos horas atrás deseaba nunca haberlo conocido. Pero era necesario decir que, “él había sido su vida y ya no la encontraba” era necesario reprochar lo que se prometieron y ahora faltaba, era necesario tanto, tanto tiempo que fue desperdiciado era necesario recuperarlo. Abrió el hombre su bragueta, bajando cuidadosamente su bóxer y sacando su miembro viril, después de desabrocharse el botón del pantalón. Ella miró la extremidad de su esposo calmando sus gemidos y mirándolo como cosa maravillosa; un deleite para el paladar. Lo tomó con una mano y lentamente hizo movimientos de arriba hacia abajo, sintiendo la carnosidad tan curiosa que siempre tuvo en aquella juventud radiante. Acercó luego su boca húmeda de tanto placer, ese placer inexplicable que te hace sentir el deseo carnal, sí carnal o tal vez caníbal. Ella introdujo el miembro de él en su delicada boca y con su lengua iba de nuevo reconociendo cada detalle. Aquel hombre sólo se recargó en la cama dejando que su esposa tomará (como siempre) el control. Mientras ella seguía ahí unas pulgadas debajo del centro del mundo, él inconscientemente se quitó la playera. Ella a su vez, comenzaba a tocarse. Ambos despertaban sus cuerpos, dormidos, grises casi extintos. Y poco a poco tomaban color. Entonces ella alejó su boca de aquel falo acuoso, para que así terminaran de regenerarse por completo. Él se puso de pie y volteó a su mujer con los pechos sobre la cama con gran estruendo, la acostó apoyando sus manos sobre su dorso, haciendo luego a su esposa gritar. Ese resonar entre las cuatro paredes acromáticas se llenaron de luz incandescente. El mundo despareció eran sólo ellos dos en un lugar donde nada importaba, sus cuerpos reían, volvían ser jóvenes, eran felices, otra vez se enamoraban. Él besó su espalda y se disculpó con aquella criatura que tenía debajo porque sintió debía hacerlo, porque la amaba aun y el tiempo los había separado, se perdonó porque no quería perderla. Ella también lo hizo y le dio su espalda para que su hombre entendiera sería capaz de cargar con él en las adversidades. De nuevo renació el amor que la rutina inesperadamente estuvo a punto de matar, pero el amor cuando es de verdad nunca se deja vencer.